Estos son días tristes para Nuestra
América. Quien fuera líder de una revolución nueva desapareció físicamente,
víctima de una injusta enfermedad. Hoy, como siempre en momentos de fuerte
conmoción, nos toca mirar un poco hacia atrás para seguir con más fuerzas hacia
adelante. No caben dudas de que las esperanzas revolucionarias latinoamericanas
de este corto siglo estuvieron en gran parte depositadas en ese país,
anteriormente irrelevante en el mapa político mundial, que supo, a fuerza de
acumular experiencias de lucha, forjar una revolución inesperada y heroica. No
podemos pensar el socialismo de nuestro continente hoy sin retomar el ejemplo
de Venezuela y el liderazgo de Chávez.
Quizás no deba asombrarnos que allá donde reinaba el neoliberalismo en su forma más cruda, donde el modelo extractivista no significaba absolutamente nada para unas clases populares hambreadas hasta el límite, una chispa encendió las fuerzas revolucionarias de los pueblos. O quizás sí debamos asombrarnos, porque, muy a nuestro pesar, la historia de nuestro continente está repleta de salidas institucionales a situaciones de crisis orgánica donde desde el estado se varía el discurso pero el resto sigue igual. Lo formidable e inesperado de la Revolución Bolivariana, en el contexto latinoamericano, es que se encaminó irreversiblemente hacia el socialismo. Un socialismo nuevo, fervientemente popular, heterodoxo y latinoamericano.
La Revolución Bolivariana y el
Socialismo del Siglo XXI son la prueba irrefutable de que los pueblos crean
formas novedosas de gobernarse cuando toman las riendas de su destino. Las
estructuras estatales, obsoletas y burguesas, son desbordadas por las olas revolucionarias,
que, contra todos los enemigos imaginables, construyen el verdadero poder del
pueblo. Si hay algo que el bravo pueblo venezolano nos enseñó es que la
revolución hoy es posible en nuestro continente.
Hugo Chávez fue el gran líder de
esta revolución. Y fue un líder formidable, profundamente consciente de que su
lugar era el de conducir un pueblo insurrecto, inclinando el tablero cada vez
más hacia la izquierda, haciendo del proceso algo tan profundo como
irreversible. En su prédica y en su acción combinó lo nuevo con la herencia de
las revoluciones de independencia latinoamericanas, despertando en su pueblo
ese republicanismo latente –verdadero republicanismo, muy distinto de la
perorata vacía que repiten liberales y conservadores por acá– que nos heredaron
nuestros primeros libertadores. Porque en la Venezuela revolucionaria Patria,
República y Socialismo fueron una misma cosa.
Y esa revolución, como toda buena
revolución, fue tan nacionalista como internacional. Chávez tuvo siempre claro
que el proceso de su país podía inspirar a pueblos vecinos a decidir su destino,
basados en un pasado común y en un presente igualmente asfixiante. Así fue que la
Revolución Bolivariana se volvió faro, contagiando a todo el continente,
irradiando esperanza y fuerza y garantizando apoyo cuando fuera necesario. Es
difícil pensar en los procesos de cambio de Bolivia y Ecuador sin pensar en
Venezuela y en el liderazgo internacional de Chávez.
Grande y humilde a la vez, Chávez
supo que el pueblo es quien hace las revoluciones, y así fue que nunca atinó a
detener el proceso. La profundización constante del cambio es la esencia de la
revolución misma, y no hay duda de que así seguirá siendo en Venezuela.
Hoy te lloramos como te llora tu
pueblo, Comandante, con tu imagen en nuestros corazones. Pero mañana seguiremos
luchando y construyendo con la esperanza que nos legaste. Acá y en Venezuela,
en toda Nuestramérica y en cualquier parte del mundo donde haya alguien que
crea en la necesidad de construir socialismo, tu ejemplo y tu lucha serán
multiplicados. Y eso quiere decir que estás vivo, héroe y compañero, y que
estarás vivo para siempre.
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