miércoles, 27 de abril de 2011

Cadáver exquisito

Una nueva vida es parte de nuestros sueños, sueños son los del viejo Antonio que sigue con sus sueños tan deseados, haber creído y luchado en ese sueño igualitario, en el que partimos desde los principios del ser humano y su lealtad, lealtad a uno mismo y a sus pares para poder cumplir sus sueños en base para un futuro mejor, mejor calidad de vida e igualdad para todos, todos tenemos derechos a manifestarnos, comunicarnos, sobrepasando cualquier adversario, sólo hace falta que lo hagamos para un mejor vivir. Vivir para sentir, para contar, para decir, para hacer, creer y soñar que otro mundo, que sea nuestro, es posible.


Cierre del taller de historia en la U18 de Gorina, 2010.

martes, 26 de abril de 2011

Mi castillito de arena


El otro día estaba aburrido en mi casa, podrido de tanta teoría abstracta, de tanta filosofía de tipos que están muertos, que todo bien, me encanta leerlos, amo la carrera que elegí. Pero a veces uno se cansa de leer cosas que nunca se sabe hasta qué punto son aplicables, hasta qué punto son locuras propias de nuestro ámbito o no. La cuestión que aburrido ya de leer se me dio por sentarme en el sillón de mi casa. Y si, como tenía que ser descanse de leer, leyendo.

Agarré la primer revista que encontré, la empecé a mirar muy por arriba hasta que encontré una noticia que decía esto:

Iwao Hakamada (74) es el reo que más tiempo lleva en un corredor de la muerte. En 1968 le culparon de matar a cuatro personas y cada mañana que despierta en su celda de Tokio no sabe si será la última, ya que en Japón las ejecuciones llegan con una hora de preaviso.

Seguí leyendo y me fui enterando que el nipón había matado a su familia, o en realidad eso dijeron desde la justicia. Resulto ser que uno de los jueces que lo enjuició se arrepintió de condenarlo a muerte y explicó que al acusado lo encamaron, plantaron pruebas falsas. La policía japonesa lo torturó hasta que lo convenció de firmar que él era culpable. Y es que pueden hacer eso porque los jueces creen ciegamente en las pruebas otorgadas por esta institución. A todo aquel que es acusado de asesinato o violación y contra el cual se encuentren pruebas que sean otorgadas por la policía se lo condena a muerte sin dudarlo. Tal es así que desde fines de la segunda guerra mundial se asesinó a 600 condenados a muerte, hay 111 esperando la condena y sólo dos tuvieron la posibilidad de que se revea su condena y ser encontrados inocentes. Por eso no es de extrañar que de los tres jueces que tomaron el caso dos lo sentenciaron a muerte y obligaron al tercero a firmar la condena a pesar de la gran cantidad de irregularidades, que se detallaban en la noticia, con respecto al caso.

Juro que por un momento quise volver a leer teoría y teoría, a leer eso que no sabía si algún día lo iba a aplicar o no, pero que por lo menos no me resultaba tan cruento, tan personal. Pero el morbo pudo en mí y seguí leyendo. En un determinado momento lo entrevistaban al juez que se había arrepentido y contaba que se había enojado mucho con los otros jueces por haberlo obligado a redactar esa cartita, que dictaba nada más y nada menos que la condena a muerte en la horca del hombre (en Japón por lo que leí ahí es la única manera que la gente muere cuando es condenada). Pero lo peor no era ni que el juez se sintiera mal desligándose de su parte de culpa, ni que la gente muera en la horca, sino el hecho de que los tres jueces, sí sí los tres, aceptaron puertas adentro que la condena era errónea. Pero aceptar el error es una cuestión de deshonra social por lo cual no podían/querían revocar el fallo ni aceptarlo públicamente.

Cuestión, resulta ser que el tipo no solo está preso desde hace 42 años sin saber cuándo se va a morir ahogado en el monóxido de carbono acumulado en sus propios pulmones. Sino que además es inocente pero el honor de los jueces vale más y por ello la condena no se termina de concretar, y por eso hombre vive con esa incertidumbre de, si vive o se muere, y por eso, terminó volviéndose loco.

Con esto no pretendo puntualizar lo aberrante que es la condena a muerte, dando un ejemplo claro de paupérrimo que puede resultar… o no. Sinceramente no es lo que me preocupa hoy, creo que sobre eso hay gente que sabe más, que está mejor preparada para hablar al respecto. Sólo pretendo alcanzarles una reflexión que me suscitó después de leer esta noticia.

La nota terminaba con una charla que el preso había tenido con el juez arrepentido, y por este motivo lo había ido a visitar a la cárcel. El iluminado aclaraba que aquel ex boxeador que tuvo muuuucha mala suerte en su vida, se había vuelto loco, que decía incoherencias, que hablaba de un castillo que había terminado de construir.

Ahora, a mi particularmente me hace ruido... el tipo estuvo 42 años preso sin saber si a la mañana siguiente lo sacaban de la cárcel con los pies juntos. Vio como al compañero que estaba en la celda de al lado se lo llevaban para nunca volver, se vio reflejado en esa escena, creyendo que en cualquier momento él sería el protagonista de esa novela que duro pocos segundos ante sus ojos y que varios minutos retumbo en sus oídos en gritos desgarradores de aquel desdichado.

¿No es lógico terminar como terminó, “desvariando”? Yo sinceramente lo veo como lo más lógico. Creo que cualquier persona lo suficientemente cuerda terminaría hablando de un castillo. Un castillo que yo me apuraría en terminar y en el cual pretendería esconderme todas las mañanas para no tener que convivir con la angustia de no saber si antes de las diez de la mañana me llega la fatídica noticia. Tendría un castillo lleno de soldados de terracota que me defiendan de una sociedad enferma, que está loca y se pretende coherente, donde el honor vale más que una vida, donde cuestiones como la de este nipón son tratadas con liviandad y se olvidan fácilmente por una amnesia que brota rápidamente en nosotros. Yo viviría en un castillo donde no existan los elementos de tortura que tanto se usaron en la antigüedad no tan antigua y que todavía se siguen usando, en Japón, en Argentina y en muchos ortos países, de manera callada pero constante. Me haría un castillito a mi gusto, que me saque de esas cuatro paredes donde perdiste la vida y donde sólo te quedó el cuerpo que todos los días espera la llamada a reencontrarse con su esencia pensante.

En fin, creo que este tipo fue lo suficientemente cuerdo para darse cuenta de que en un mundo loco como en el que vivimos es necesario construir un castillo bien grande en el que podamos entrar todos, pero con paredes suficientemente anchas como para que toda la mierda quede del lado de afuera y así tener la posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva.



(des) Alan Brando

martes, 19 de abril de 2011

“…leerle un libro a mi hijo…”

Cuando escuchamos hablar de una prisión pensamos en un edificio viejo, oscuro, con la pintura gastada y rejas, muchas rejas. Nos imaginamos lo inhumano que puede ser para alguien tener un lugar semejante como dulce hogar. Algunos tranquilizamos nuestra conciencia y nos convencemos de que quien vive allí se lo tiene merecido, algo debe haber hecho. Otros quizás nos lamentamos por un rato hasta que algún reality show vuelva a distraernos y a abstraernos de toda realidad cual si fuera un sedante. Puede ocurrir que algunos tomemos coraje y decidamos conocer una cárcel; nos horrorizaremos y agradeceremos ser libre de caminar por la calle, ir al cine a ver alguna película extranjera, leer el diario todos los días, escribir un mail sin tener que verlo pasar por el control de un carcelero. Pero nos daremos cuenta de que estamos equivocados. O al menos tendremos una visión limitada de la libertad. No se nos ocurre que pueda haber una verdadera prisión mental; cuando escuchamos a alguien hablar de algo por el estilo suponemos que se trata de algún loco estudiante de filosofía o psicología. Pero cuando vemos a un preso leyéndole a otro la carta de una novia, cuando uno de ellos nos pide que le contemos qué dice el documento que el juez de su causa acaba de enviarle, cuando uno depende otro para marcar el numero telefónico de un familiar, nos damos cuenta de lo que realmente significa no saber leer ni escribir.
De todos modos propongo un pequeño ejercicio ilustrativo. Imaginemos por un segundo que estamos en un barrio céntrico de una gran ciudad, en una calle comercial superpoblada de gente y carteles. Cada tres pasos recibimos algún volante y cruzamos una librería. Imaginemos pantallas que describen los últimos acontecimientos, números de direcciones, precios por todos lados... Y ahora imaginemos que ese lugar es la capital china. Podemos estar fuera de una cárcel, incluso tener alpargatas pero, a pesar de lo que se diga, sin libros caminar será mucho más difícil.
Creemos que el analfabetismo es una forma de prisión y que como problema nos incumbe a todxs como integrantes de esta sociedad. Este año empezamos un tipo de taller, que es nuevo en ATRAPAMUROS, de alfabetización. Pero hay algo más que es nuevo para nosotrxs: la propuesta del taller de alfabetización nos llegó por parte de compañeros que cursan sus carreras universitarias desde el otro lado del muro.
Es realmente un orgullo y una inspiración para nosotrxs conocer, trabajar, coordinar actividades con un grupo de personas que, aún en las peores condiciones, apuesta a enseñar aprendiendo y aprender enseñando.

M. Santos.

martes, 12 de abril de 2011


       Siempre que se habla de la cárcel, desde el sentido común, parece que se imagina como un lugar encerrado y oscuro: rejas, muros impenetrables, oscuridad, paredes desgastadas, silencios y tiempos largos, ruidos sobre el vacío, muebles oxidados y descuidados, voces bajas, y sólo de vez en cuando un vozarrón capaz de despertar a todo el presidio. Cuando se distingue lo que está por afuera de la cárcel la situación cambia completamente: aire, naturaleza, un vasto horizonte que es posible recorrer, la inmensidad y la apariencia de libertad que da el estar posibilitado al movimiento.
         Sin embargo, si se detuviera con el microscopio a ver con un poco más de detalle aquella inmensidad, se encontrarían con pliegues de detalles, que dejarían ver una realidad menos fresca pero más real. Así, iríamos descubriendo rejas donde no las vemos (en lugar de ellas vemos protección); muros que aíslan a gente que quiere aislarse; degradaciones oscuras de gente trabajadora por gente adinerada;  paredes y muebles desgastados por el triunfo de una mano invisible, pero no inexistente; silencios y tiempos largos frente a luchas y reclamos; las voces bajas de quienes no necesitan ni quieren ser escuchados por la “chusma”; libertad de movimiento mientras se tenga billetera para abonarla. Pero eso sí,  también oímos vozarrones que se alzan y subvierten la apariencia de paz.
     Si el microscopio lo usamos, de igual manera, para observar los miles de pliegues que inundan la cárcel, se puede escrutar la necesidad y capacidad de creación y expresión: oxígeno para los biólogos, naturaleza humana para los filósofos. Un horizonte de experiencias acumuladas, procesos de vida, situaciones sociales, momentos cotidianos compartidos tras los muros. Inmensidad de derechos a ser respetados. Libertad para el  pensamiento: libertad de movimiento de las células cerebrales.
   En definitiva, si el imaginario común (común, pero no por ello inocente), apuesta a dicotomías rígidas entre el “adentro” y el “afuera”, se puede apostar por el contrario, a que esas fronteras forman parte de algo más amplio, en el que los adentros y los afueras se mezclan y difuminan, en una interconexión continua.
                                                                                   
                                                                                        Florencia C.

lunes, 4 de abril de 2011

Enseñando a los golpes

¿Cuándo fue que la niñez se volvió peligrosa? ¿Cuándo se empezó a responsabilizar a los niños, niñas, y adolescentes por problemas que trascienden a sus acciones? ¿De dónde salió la idea de encerrarlos? ¿Cuándo fue que permitimos que crezcan en el encierro, aisladxs de la sociedad, sin afecto, descuidadxs, maltratadxs? Estas preguntas y algunas otras me surgieron hace unos días. Anduve buscando una respuesta, y aparecieron barias alternativas.

Podría decirse que fue hace un par de años atrás, cuando desde diferentes partidos políticos empezaron a hablar de la necesidad de bajar la edad de imputabilidad. Tanto desde el oficialismo, como en las diferentes gamas de la oposición, se relaciona la niñez directamente con el delito. Para quienes nos gobiernan, lxs niñxs son peligrosxs, delincuentes, y como tales, requieren un espacio alternativo en el cual puedan re-socializarse, recibir una educación adecuada, y que sea un espacio en el cual se garantice el cumplimiento de los derechos que a los niños y niñas les corresponden. Se afirma esto aun sabiendo que lejos de ser una alternativa a la vida que les espera a quienes hayan sido alcanzados por la pobreza y la indigencia, los institutos de menores son un lugar en el que se profundiza la marginación de lxs chicxs. Poco tienen que ver con las características que sobre ellos se establecen en las leyes, ya que quienes allí terminan, siguen siendo víctimas de lxs adultos, sufriendo violencia, hambre, viéndose privadxs de la educación y del sistema de salud.

Otra respuesta podría ser que fue desde que los medios de comunicación se empecinaron en poner de moda los delitos hechos por adolescentes. Presentando el mismo caso durante días, exagerándolo, poniendo a la niñez como algo de lo que tenemos que cuidarnos. Sin presentar los hechos de una manera que dé lugar a una reflexión profunda, que en búsqueda de una causa, quien observa se vaya más allá del hecho concreto en el que le presentan al niño o niña como delincuente, y lo/a vea como una víctima de la pobreza, de la violencia, de la discriminación y estigmatización social.