martes, 26 de abril de 2011

Mi castillito de arena


El otro día estaba aburrido en mi casa, podrido de tanta teoría abstracta, de tanta filosofía de tipos que están muertos, que todo bien, me encanta leerlos, amo la carrera que elegí. Pero a veces uno se cansa de leer cosas que nunca se sabe hasta qué punto son aplicables, hasta qué punto son locuras propias de nuestro ámbito o no. La cuestión que aburrido ya de leer se me dio por sentarme en el sillón de mi casa. Y si, como tenía que ser descanse de leer, leyendo.

Agarré la primer revista que encontré, la empecé a mirar muy por arriba hasta que encontré una noticia que decía esto:

Iwao Hakamada (74) es el reo que más tiempo lleva en un corredor de la muerte. En 1968 le culparon de matar a cuatro personas y cada mañana que despierta en su celda de Tokio no sabe si será la última, ya que en Japón las ejecuciones llegan con una hora de preaviso.

Seguí leyendo y me fui enterando que el nipón había matado a su familia, o en realidad eso dijeron desde la justicia. Resulto ser que uno de los jueces que lo enjuició se arrepintió de condenarlo a muerte y explicó que al acusado lo encamaron, plantaron pruebas falsas. La policía japonesa lo torturó hasta que lo convenció de firmar que él era culpable. Y es que pueden hacer eso porque los jueces creen ciegamente en las pruebas otorgadas por esta institución. A todo aquel que es acusado de asesinato o violación y contra el cual se encuentren pruebas que sean otorgadas por la policía se lo condena a muerte sin dudarlo. Tal es así que desde fines de la segunda guerra mundial se asesinó a 600 condenados a muerte, hay 111 esperando la condena y sólo dos tuvieron la posibilidad de que se revea su condena y ser encontrados inocentes. Por eso no es de extrañar que de los tres jueces que tomaron el caso dos lo sentenciaron a muerte y obligaron al tercero a firmar la condena a pesar de la gran cantidad de irregularidades, que se detallaban en la noticia, con respecto al caso.

Juro que por un momento quise volver a leer teoría y teoría, a leer eso que no sabía si algún día lo iba a aplicar o no, pero que por lo menos no me resultaba tan cruento, tan personal. Pero el morbo pudo en mí y seguí leyendo. En un determinado momento lo entrevistaban al juez que se había arrepentido y contaba que se había enojado mucho con los otros jueces por haberlo obligado a redactar esa cartita, que dictaba nada más y nada menos que la condena a muerte en la horca del hombre (en Japón por lo que leí ahí es la única manera que la gente muere cuando es condenada). Pero lo peor no era ni que el juez se sintiera mal desligándose de su parte de culpa, ni que la gente muera en la horca, sino el hecho de que los tres jueces, sí sí los tres, aceptaron puertas adentro que la condena era errónea. Pero aceptar el error es una cuestión de deshonra social por lo cual no podían/querían revocar el fallo ni aceptarlo públicamente.

Cuestión, resulta ser que el tipo no solo está preso desde hace 42 años sin saber cuándo se va a morir ahogado en el monóxido de carbono acumulado en sus propios pulmones. Sino que además es inocente pero el honor de los jueces vale más y por ello la condena no se termina de concretar, y por eso hombre vive con esa incertidumbre de, si vive o se muere, y por eso, terminó volviéndose loco.

Con esto no pretendo puntualizar lo aberrante que es la condena a muerte, dando un ejemplo claro de paupérrimo que puede resultar… o no. Sinceramente no es lo que me preocupa hoy, creo que sobre eso hay gente que sabe más, que está mejor preparada para hablar al respecto. Sólo pretendo alcanzarles una reflexión que me suscitó después de leer esta noticia.

La nota terminaba con una charla que el preso había tenido con el juez arrepentido, y por este motivo lo había ido a visitar a la cárcel. El iluminado aclaraba que aquel ex boxeador que tuvo muuuucha mala suerte en su vida, se había vuelto loco, que decía incoherencias, que hablaba de un castillo que había terminado de construir.

Ahora, a mi particularmente me hace ruido... el tipo estuvo 42 años preso sin saber si a la mañana siguiente lo sacaban de la cárcel con los pies juntos. Vio como al compañero que estaba en la celda de al lado se lo llevaban para nunca volver, se vio reflejado en esa escena, creyendo que en cualquier momento él sería el protagonista de esa novela que duro pocos segundos ante sus ojos y que varios minutos retumbo en sus oídos en gritos desgarradores de aquel desdichado.

¿No es lógico terminar como terminó, “desvariando”? Yo sinceramente lo veo como lo más lógico. Creo que cualquier persona lo suficientemente cuerda terminaría hablando de un castillo. Un castillo que yo me apuraría en terminar y en el cual pretendería esconderme todas las mañanas para no tener que convivir con la angustia de no saber si antes de las diez de la mañana me llega la fatídica noticia. Tendría un castillo lleno de soldados de terracota que me defiendan de una sociedad enferma, que está loca y se pretende coherente, donde el honor vale más que una vida, donde cuestiones como la de este nipón son tratadas con liviandad y se olvidan fácilmente por una amnesia que brota rápidamente en nosotros. Yo viviría en un castillo donde no existan los elementos de tortura que tanto se usaron en la antigüedad no tan antigua y que todavía se siguen usando, en Japón, en Argentina y en muchos ortos países, de manera callada pero constante. Me haría un castillito a mi gusto, que me saque de esas cuatro paredes donde perdiste la vida y donde sólo te quedó el cuerpo que todos los días espera la llamada a reencontrarse con su esencia pensante.

En fin, creo que este tipo fue lo suficientemente cuerdo para darse cuenta de que en un mundo loco como en el que vivimos es necesario construir un castillo bien grande en el que podamos entrar todos, pero con paredes suficientemente anchas como para que toda la mierda quede del lado de afuera y así tener la posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva.



(des) Alan Brando

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