Aníbal Fernández no tuvo ningún reparo en ningunearnos cuando declaró, el 26 de junio de 2002, que había sido un enfrentamiento entre piqueteros. Sostenía que nuestros compañeros asesinados –por la espalda–, se habían matado entre ellos. Cuando la sangre de Darío y Maxi todavía estaba desparramada en la estación Avellaneda, Aníbal protegió a la policía y acusó a las organizaciones que estaban reclamando por una vida más digna. No sólo negó la verdad y acusó a las propias víctimas de victimarios, sino que siquiera tuvo la nobleza de reconocer que se estaban haciendo reclamos justos. Llamó a nuestro plan de lucha “un cronograma de hostilidades” como si fuésemos mafiosxs “apretando” a inocentes, cuando era en realidad la expresión de los sectores más desfavorecidos exigiendo justicia e igualdad a uno de los más nefastos políticos argentinos: Eduardo Duhalde.
No fue ni la primera ni la última vez que nos ninguneó.