martes, 12 de abril de 2011


       Siempre que se habla de la cárcel, desde el sentido común, parece que se imagina como un lugar encerrado y oscuro: rejas, muros impenetrables, oscuridad, paredes desgastadas, silencios y tiempos largos, ruidos sobre el vacío, muebles oxidados y descuidados, voces bajas, y sólo de vez en cuando un vozarrón capaz de despertar a todo el presidio. Cuando se distingue lo que está por afuera de la cárcel la situación cambia completamente: aire, naturaleza, un vasto horizonte que es posible recorrer, la inmensidad y la apariencia de libertad que da el estar posibilitado al movimiento.
         Sin embargo, si se detuviera con el microscopio a ver con un poco más de detalle aquella inmensidad, se encontrarían con pliegues de detalles, que dejarían ver una realidad menos fresca pero más real. Así, iríamos descubriendo rejas donde no las vemos (en lugar de ellas vemos protección); muros que aíslan a gente que quiere aislarse; degradaciones oscuras de gente trabajadora por gente adinerada;  paredes y muebles desgastados por el triunfo de una mano invisible, pero no inexistente; silencios y tiempos largos frente a luchas y reclamos; las voces bajas de quienes no necesitan ni quieren ser escuchados por la “chusma”; libertad de movimiento mientras se tenga billetera para abonarla. Pero eso sí,  también oímos vozarrones que se alzan y subvierten la apariencia de paz.
     Si el microscopio lo usamos, de igual manera, para observar los miles de pliegues que inundan la cárcel, se puede escrutar la necesidad y capacidad de creación y expresión: oxígeno para los biólogos, naturaleza humana para los filósofos. Un horizonte de experiencias acumuladas, procesos de vida, situaciones sociales, momentos cotidianos compartidos tras los muros. Inmensidad de derechos a ser respetados. Libertad para el  pensamiento: libertad de movimiento de las células cerebrales.
   En definitiva, si el imaginario común (común, pero no por ello inocente), apuesta a dicotomías rígidas entre el “adentro” y el “afuera”, se puede apostar por el contrario, a que esas fronteras forman parte de algo más amplio, en el que los adentros y los afueras se mezclan y difuminan, en una interconexión continua.
                                                                                   
                                                                                        Florencia C.

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