Rosario: intentar vivir en la violencia

Si decidimos hablar sobre el operativo militar que ocupó hace unos días gran parte de las zonas pobres de Rosario es porque la enorme mayoría de los pibes y pibas con lxs que trabajamos en la cárcel sufrieron y crecieron en condiciones similares. Lxs que están adentro, encerradxs, son muchxs de lxs que eran pequeñxs vendedorxs de droga al menudeo, últimos eslabones fácilmente reemplazables de la cadena del narcotráfico, que son quienes más fuerte y más injustamente reciben el impacto de la ley. Adentro están los soldaditos y las soldaditas del narco, jóvenes con una vida de mierda que piensan que estar en una celda es mejor que estar muertx; o que andar enfierradx por el barrio es mejor que andar cirujeando entre la basura de quienes nunca tuvieron que elegir entre semejantes opciones.  Y adentro también están los pibitos y pibitas que crecieron en ese mundo donde la mayoría de los problemas se resuelven a los tiros; sobre todo cuando lxs principales enemigxs de la tranquilidad son bandas armadas y encima aliadas: lxs narcos y la policía.

Pero lxs que están adentro son sólo una pequeña parte de lo que nos preocupa. Afuera está la parte más gruesa y pesada de la cadena narco: lxs verdaderos traficantes, esxs empresarixs que lucran con la ilegalidad de la droga y con la vida de lxs pibxs; lxs policías, jueces, fiscales y funcionarixs que protegen el negocio a cambio de un porcentaje y les garantizan impunidad; y por último, allá arriba, la clase política que hace de la necesidad de seguridad de la gente humilde un entretenimiento mediático. Y ni se les cruza por la cabeza la posibilidad de ir presxs. Porque no son ni pobres ni viven en la villa y, sobre todo, porque por más delitos que cometan no hay un sistema diseñado para perseguirlxs y juzgarlxs sin piedad.

Desde el fin de la última dictadura, Argentina era uno de los pocos países de América Latina en los que los militares tenían vetada la intervención en la seguridad interior. Hasta que llegó Berni, con su formación militar sumada a un agudo sentido del espectáculo. Combinando ambas cosas -bajo el permanente aval político de Cristina- es que se fragua un operativo como el de Rosario, en el cual se movilizaron 3000 agentes de diversas fuerzas de seguridad para ocupar los territorios más pobres de una ciudad rica. Lxs narcos se enteraron antes y huyeron, claro, y así lxs habitantes de los territorios más excluidos de la ciudad conocieron la cara que el Estado decidió mostrarles: un pelotón de hombres armados para la guerra saltando por los techos de chapa de sus precarios hogares, instalándose en sus patios, ocupando sus barrios por tiempo indefinido. Y las cámaras, transmitiendo la llegada de la seguridad a la ciudad narco, y el abrazo de Berni y el agradecido gobernador Bonfatti.

Pero el espectáculo televisivo aburre rápido. La pregunta que queda es qué va a construir esta ocupación para que lxs rosarinxs pobres y excluidxs vivan mejor en el futuro. Porque la articulación de políticas reales con organizaciones sociales que conocen las problemáticas y el territorio, o la reforma profunda de la policía provincial, no venden tanto como sobrevolar las villas en helicóptero y dar una sensación de que se está actuando de forma fuerte y eficiente frente al público. Así las cosas, lxs que estaban afuera siguen afuera, haciéndose lxs distraídxs por un tiempo.

Y lxs que están adentro siguen adentro, y cada vez son más. En definitiva lxs que pierden son siempre lxs mismxs. Lxs pibxs de los barrios están tan desprotegidxs hoy, cuando la ametralladora es la de un militar, como lo estaban ayer, cuando era la de un narco. Incluso durante la ocupación pacificadora a lxs pibxs los siguen matando, igual que cuando mataron hace dos años a Mono, Jere y Patom. Lxs que no terminen como ellxs terminarán adentro, presxs, marcadxs también por la violencia que proponen todxs lxs que se disputan el territorio donde ellxs simplemente intentan vivir. 

Tristán B.